En el
día de la Mujer un relato, un recuerdo y una demanda
Eduardo Galeano nos brinda
en este bello relato aspectos de la situación social de la mujer occidental durante
el siglo XVIII. A doscientos dieciocho años de la muerte de Jane Franklin Mecom
restan todavía muchas batallas por ganar.
Algunos de los
logros obtenidos se concretaron tras tragedias que se llevaron la vida de
mujeres. En Salta, el asesinato de Rosana Alderete y dos de sus hijos por parte
de su esposo Alberto Yapura, puso la violencia doméstica en un profundo debate,
cuyo resultado fue la sanción de la ley 7403, aprobada en 2006, que establece
las reglas para la protección de las
víctimas y determina sanciones para policías, jueces y otros funcionarios que
no actúen con urgencia ante una denuncia de maltrato.
La violencia contra
las mujeres es un problema cotidiano y en aumento. En nuestro país se produjo,
un feminicidio cada 31 horas durante el año 2011. Estos crímenes caracterizados
por el odio contra las mujeres gozan lamentablemente de una enorme tolerancia
social y estatal ante la violencia genérica.
Salta es, después de
Santiago del Estero la segunda provincia con mayor tasa de feminicidios de
Argentina. El índice creció en los últimos años casi un 40%., d 1,02% ascendió
a 1,40%. Si en 2010 se contabilizaron 11 feminicidios, en 2011 se registraron
17.
En el día de la
Mujer recordamos a las victimas y brindamos nuestro homenaje a quienes luchan
todos los días para que no existan más Janes ni Rosanas. La sociedad salteña demanda
las acciones gubernamentales para que
esta violación a los derechos humanos de las mujeres se detenga.
SI EL HUBIERA NACIDO MUJER
Por Eduardo
Galeano
De los
dieciséis
hermanos de Benjamín Franklin,
Jane
es la
que más
se le parece
en talento y fuerza
de voluntad.
Pero a la
edad en
que Benjamín se marchó de casa para abrirse camino. Jane se casó con un talabartero pobre que la
aceptó sin dote, y diez meses después dio
a luz su
primer hijo. Desde entonces, durante un cuarto
de siglo, Jane tuvo un
hijo cada
dos años.
Algunos niños murieron, y cada muerte
le abrió un
tajo en
el pecho. Los que vivieron exigieron
comida,
abrigo, instrucción
y consuelo.
Jane
pasó
noches
en vela
acunando a los que
lloraban, lavó montañas de ropa,
bañó
montoneras de niños, corrió del mercado a la cocina, fregó torres
de platos,
enseñó
abecedarios y oficios,
trabajó
codo a codo con
su marido en
el taller y atendió a los huéspedes cuyo alquiler
ayudaba a llenar la olla. Jane fue esposa devota
y viuda ejemplar; y cuando ya estuvieron
crecidos los
hijos, se
hizo cargo de sus propios
padres
achacosos y de sus hijas solteronas y de sus nietos sin amparo.
Jane jamás conoció el placer
de dejarse
flotar en
un lago
llevada
a la
deriva por un
hilo de cometa,
como suele
hacer Benjamín a pesar
de sus
años.
Jane
nunca tuvo tiempo
de pensar,
ni se
permitió dudar.
Benjamín sigue siendo un amante
fervoroso, pero Jane ignora que
el sexo puede producir algo más que hijos.
Benjamín, fundador de una nación de
inventores, es un gran hombre
de todos los
tiempos.
Jane
es una mujer
de su tiempo,
igual a
casi
todas
las
mujeres
de todos los
tiempos,
que ha cumplido
su deber en
esta
tierra y ha
expiado su
parte de culpa
en la
maldición bíblica.
Ella ha
hecho lo posible por no volverse
loca y ha
buscado,
en vano, un
poco de silencio.
Su caso carecerá
de interés
para
los historiadores.
En, Memorias del Fuego II. Las
caras y las máscaras.
En
el siguiente vínculo puede encontrarse más datos sobre los índices mencionados:
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